miércoles, 30 de junio de 2010

Crónicas de Liverpool: la cena

Yo debuté en Anfield en septiembre de 2009 en un partido de liga de esos que pocos aficionados recuerdan, un Liverpool-Burnley. La verdad es que el estreno me pilló un poco tarde y convertido en un cínico (ya había desarrollado entonces mi teoría sobre The Kop y su poco énfasis a la hora de animar), pero es que no fue hasta aquella fecha en que se concretó un proyecto iniciado años antes con algunos amigos para constituir una peña liverpudlian en Madrid. Obtenida la oficialidad por parte del club y reconocido nuestro derecho a solicitar entradas para determinados encuentros jugados en nuestro campo, decidimos desplazar por un día las habituales reuniones de barra de bar hasta orillas del Mersey. Ya desde antes de llegar a la ciudad de los Beatles se veía venir que la ocasión iba a ser especial.

Cerca de cuarenta tipos pertenecientes a nuestro movimiento asociativo se apuntaron a la cita y no quedó más remedio que organizar una hoja de ruta para que el disfrute del evento fuese pleno. De ahí surgió la idea de juntarnos en un céntrico restaurante liverpudlian para estrechar lazos entre nosotros, los hinchas, y algunos integrantes del cuerpo técnico y de la plantilla. Unas horas más tarde de haber goleado a los rivales de la tarde (cuatro a cero acabó la cosa con actuación estelar de Benayoun) departíamos amigablemente con Rafa Benítez acerca de cualquier cosa menos de fútbol mientras esperábamos que nos sirvieran una suculenta cena que tenía como plato estrella lo que los ingleses llaman "meat-balls" y que no es otra cosa que albóndigas en salsa. También se dejaron caer por allí Paco de Miguel (preparador físico), Félix Fernández (fisioterapeuta), Ivan Ortega (fisioterapeuta), Eduardo Parra (recuperador) y Pepe Reina. Llegados a este punto la historia debería versar sobre la generosidad de unos profesionales que retrasaron por un tiempo su regreso a casa para entretenerse con unos desconocidos que lo único que podían ofrecerles era un rato de diálogo intrascendente pero, como mi torpeza a la hora de tratar con gente famosa terminó siendo más relevante, es de justicia que todo el protagonismo del relato se centre en este último aspecto.

Para entender lo sucedido hay que empezar diciendo que soy un mitómano convencido y que por eso hay ciertas ocasiones en las que el enfrentarme a un personaje público me resulta una tarea difícil de acometer. No es de extrañar, por tanto, que lo de intercambiar unas palabras con el guardameta de los rojos fuese para mí un escenario de lo más intimidatorio. Y aunque no deja de ser cierto que rompí una de las máximas a respetar cuando uno se encuentra en una situación de éstas y que no es otra que intentar evitar caerle simpático al celebrity de turno, mi poca habilidad gestionando la tensión del momento me supuso meter la pata desde el minuto uno. De nuevo aquí es necesario hacer un ejercicio de contextualización. Casi al final del partido y con todo decidido, Reina le dió un mal pase a Carragher que se perdió por una de las bandas. La jugada, en apariencia intrascendente, motivó que el defensa le echara una soberana bronca al arquero. Supongo que son las cosas de este particular personaje de nuestra zaga (ya en su día estuvo a punto de soltarle un revés a Arbeloa a cuento de otro fallo de ejecución) y no hay que darle más vueltas. Todo lo contrario que a la insensatez cometida por mi parte al sacarle el tema de las imprecisiones en el golpeo del balón al abroncado de la jornada, justo a los postres de la cena de marras. Todavía hoy me pregunto qué se me pasó por la cabeza para cometer semejante imprudencia.

De primeras Reina se hizo el despistado y fingió no saber de lo que le estaba hablando pero, ante mi insistencia, no le quedó más remedio que dejarme claro que el incidente pese que a mí me lo pareciera, no tenía la menor gracia. Por suerte en esto sí estuve fino y comprendí que lo mejor que podía hacer era echarme una foto con mi interlocutor y volver por donde había venido. La verdad es que considero a Pepe Reina una persona excepcional y me gustaría que fuese el capitán del Liverpool toda la vida pero, a pesar de ello y aún en el caso de que se me vuelva a presentar otra oportunidad como la narrada en este texto, estoy seguro de que guardaré las distancias. Los supporters en la grada y los jugadores en el campo. No somos amigos (y si lo somos es a través de una conexión débil en la mayoría de los casos) y así es como debe seguir siendo. Cualquier otra formulación de esta ecuación es irresoluble.

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